Hoy, la justicia comenzó a desplegar sus alas y ojalá no detenga su vuelo, en aras del respeto al pueblo. Demasiado dolor espera por la luz de la verdad.
Cuando abalearon por primera vez al camarada Braulio Álvarez, compuse y grabé una tonada llamada “CAMPESINO, GIRALUNA”. No podemos perder las ganas de insistencia. Nos lacera el esquivo y el tiempo, ante las infinitas miradas de los mártires de la Ley de Tierras. Intuyo que inauguramos otro tiempo: ¡Bienvenida a la vida, justicia!!!!!!
Hay una canción futural que crece en la corteza de los árboles, perforados a balazos, en Yumare. Nació en medio de un holocausto, un 8 de mayo de 1986.
Presagiaba a Bolívar con nosotros en la corriente histórica de un pueblo encandilado. Ella me enseñó a regresar de la muerte. A seguir guerreando con el amor a cargas. A cantar desesperada entre las sequías de nuestra conciencia. Ella escribió el mando en común de los sueños despiertos de un continente y del combate por la vida.
Cuando rompieron la Canción de la Humanidad en Yumare, los hijos de la cobardía -descendientes de Caín- dirigidos por la DISIP de Porfirio Valera y Henry López Sisco, se sintieron felices de ofrendar, como en el primitivismo, la cuota de martirio popular que a los amos del poder satisface. De alguna forma debían justificar su existencia vil y sanguinaria. Por eso, reeditan en Yumare la masacre de Cantaura. Y después, y era evidente, no pudimos detener la masacre de Febrero del 89. Algo así como acostumbrar a la gente al terror. Como sumar tanto dolor para que te paralices y entregues la libertad a los extractores de la vida.
Un festín de torturas y de tormentos inimaginables –mayorales asesinando esclavos- se hizo presente. Octavio Lepage, Ministro de Relaciones Interiores de Jaime Lusinchi, premiaría el trabajo sucio de este ejército de sicópatas al servicio de una democracia ruin y la infamia de un periodismo inmoral, acallando la masacre del pueblo, apoyó con sus “noticias” la versión de los criminales.
¿Cómo olvidar el cómodo silencio de algunos, dizque “revolucionarios”? ¿Cómo olvidar la indefensión de la vida ante un sistema inhumano y adeco que exterminaba la dignidad del pueblo libertador? Y es que el neoliberalismo ya le había clonado el alma a cierta gente y como fantasmas, deambulaban negociando sus “espacios políticos”.
Una de las pocas voces valientes que se levantó por el Derecho a la Vida del pueblo, fue la de José Vicente Rangel. Casi podría decir que José Vicente era nuestro “paño de lágrimas”. En medio de aquella degradación política y de la cultura de la muerte, José Vicente siempre fue una luz en la oscuridad de la historia secuestrada de Venezuela.
Cuando rompieron la Canción de la Ternura en Yumare, se hizo un nudo en la garganta de nuestra Patria y las nuevas generaciones deben conocer -para más nunca- lo que ocurrió aquél 8 de Mayo de 1986. Lloramos de amor y de impotencia por Rafael Quevedo, Dilia Rojas, José Caicedo, Pedro Jiménez, Luis Green, Ronald Morao, Simón Romero, Nelson Castellano y José Rosendo. Todos fueron salvajemente torturados y asesinados. Y resistieron -hasta donde el aliento abandona el cuerpo- por el valor que El Libertador les había sembrado en los ojos. Desde entonces Bolívar era considerado el enemigo público, número uno, del imperialismo norteamericano y las y los bolivarianos, sus presas de caza. El resto lo cumplían los gobiernos lacayos y sus aparatos represivos. Ya éramos la chusma que el fascismo arrasaba y la muerte, que los medios tergiversaban o callaban.
¡Nos tragamos el llanto pero no hicimos silencio! Un huracán de cantos y de justicia salió al camino a reventar el terror. El Aula Magna de la Universidad Central de Venezuela –cuando tenía algo de Alma Mater- fue el escenario donde resumimos una jornada nacional de denuncia ante las atrocidades cometidas.
El libro “La Masacre de Yumare” de Raúl Esté y Adán Navas, fue bautizado por el Padre Jesús Gazo y las y los Cantores revolucionarios, acudieron a la cita con sus cantos por la Patria Buena. El esfuerzo hermano se convirtió en el encuentro histórico de la conciencia de nuestro país. Aquél recinto universitario fue abarrotado por gente que saltaba el cerco informativo de los medios neoliberales: conoció la cruda verdad de Yumare. Cantamos por los que nos fueron arrancados pero también por nosotros, por quienes continuábamos combatiendo por la redención de los pueblos y la unidad frente a la violencia fascista.
Cuando rompieron la Canción de la Dignidad en Yumare, nació otra que se planta frente al olvido. Porque el ser humano vino a cantar su estatura. Por eso, Yumare incomoda, molesta a la impunidad, a las negociaciones, al “aquí no ha pasado nada”, al caso cerrado… Y nuestros camaradas no se han ido. Estoy segura que esperan con paciencia revolucionaria y bolivariana, el día que la justicia haga justicia por todos. Se que la Canción de la Verdad la cantará el pueblo luchando por esa justicia, porque sólo así seremos merecedores de nuestra herencia histórica.
¡REABRIR EL CASO YUMARE ES DAR CABIDA A UN VERSO DE LA CANCIÓN PENDIENTE CON LA DIGNIDAD DEL PUEBLO DE SIMÓN BOLÍVAR!
0 comentarios:
Publicar un comentario